Debajo de mi
vestido ardía un campo con flores alegres como los niños de la medianoche.
El soplo de la luz en mis huesos cuando escribo la palabra tierra. Palabra o presencia seguida por animales perfumados; triste como sí misma, hermosa como el suicidio; y que me sobrevuela como a una dinastía de soles.
***
Expuesta a todas las perdiciones, ella canta junto a una niña extraviada que es ella: su amuleto de la buena suerte. Y a pesar de la niebla verde en los labios y del frío gris en los ojos, su voz corroe la distancia que se abre entre la sed y la mano que busca el vaso. Ella canta.
***
Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.
Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado.
***
Cuando a la
casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo
hablo.
Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque
regresarán para sollozar entre flores.
No es muda la muerte. Escucho el
canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo
llanto florecer mi silencio gris.
***
dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la
muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es
miedo es amor
dice que no sabe.
***
Vida, mi vida,
déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de fuego, de silencio
ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche, déjate caer y doler, mi
vida.
Alejandra Pizarnik, La Extracción de la Piedra de Locura
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