El hogar es el lugar al que nos dirigimos en nuestro sueño.
Los furgones que se bambolean hacia el norte en los sueños
no nos esperan. Nos subimos en marcha.
Las vías, viejas laceraciones que amamos,
atraviesan la cara, paralelas y terminan
justo debajo de las Montañas Tortuga. Si uno va montado en cicatrices,
no se pierde. El hogar es el lugar donde cruzan.
El guardia cojo enciende un fósforo y hace menos tolerante
la oscuridad. Miramos a través de las rendijas de las tablas
mientras la tierra comienza a rodar, a rodar hasta que duele
estar aquí, con frío, en ropa reglamentaria.
Sabemos que el sheriff nos espera a mitad de camino
para llevarnos de vuelta. Su coche es cálido y mudo.
La carretera no nos hamaca, solo zumba
como un ala de largos insultos. Las marcas desgastadas
de antiguos castigos conducen de ida y vuelta.
Todos los fugitivos llevan vestidos, vestidos largos y verdes,
del color que uno creería que tiene la vergüenza. Limpiamos
las aceras porque es un trabajo vergonzoso.
Nuestros cepillos cortan la piedra en arcos húmedos
y en lo empapado, tiemblan los trazos frágiles, por
un momento, cosas que los niños presionamos en la oscuridad
contra la cara antes de que se endureciera, palideciera, recordando
delicadas lesiones antiguas, las espinas de los nombres y las hojas.
- Louise Erdrich, Indian Boarding School: The Runaways
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