Alceste: Poco apto soy, señor, para decidir la cosa.
Dispensadme de ello.
Oronte: ¿Por qué?
Alceste: Porque tengo el defecto de ser más sincero de lo conveniente.
***
Alceste: Quiero que se sea sincero, y que como hombre de honor, no se digan palabras que no salgan del corazón.
Filinto: Cuando un hombre viene a abrazaros gozoso, es preciso pagarle en la misma moneda, responder como se pueda a su fogosidad y devolver oferta por oferta, juramentos por juramentos.
Alceste: No; no puedo soportar ese método cobarde que fingen la mayor parte de las gentes a la moda, y nada aborrezco tanto como las contorsiones de esos grandes hacedores de protesta, esos afables donantes de frívolos abrazos, esos obligados voceros de inútiles palabras que con todos realizan alardes de cortesía y tratan de igual modo al honrado que al fatuo. ¿Qué provecho se saca con que un hombre os acaricie, os jure amistad, fe, celo, aprecio, cariño, y haga de vos excesivos elogios, si os consta que hace lo mismo con cualquier ganapán? No, no; no hay un alma mínimamente elevada que desee una estimación tan prostituida, y la más gloriosa y seducida por tales regalos, no se siente complaciente cuando se ve mezclada con todo el universo. La estimación tiene como base alguna preferencia, y estimar a todo el mundo es no estimar a nadie. Y ya que incurrís en esos vicios de la época, perdonad que no os considere de los míos, ¡pardiez! Rechazo la excesiva complacencia de un corazón que no hace del mérito ninguna diferencia; quiero que se me distinga, y hablándoos con franqueza, ser amigo del género humano no me cuadra en absoluto...
***
Traicionado por todos, de injusticia abrumado, voy a salir de un mar donde triunfan los corruptos, y a buscar en la tierra algún lugar remoto donde tenga licencia de ser un hombre honesto.
- Molière (Acto primero, escena 1) El misántropo
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