“Estaban
confusos y anhelantes. Cada uno sabía que el otro llenaría toda su vida. Tenían
los labios entreabiertos de asombro. Sentían vértigo. El futuro solo podía ser
la prolongación de esta primera hora. El bosque ya no tenía salida. Desde este
momento, ellos permanecerían en su corazón oscuro y verde.
No
advirtieron que se hacía de noche. La luz de la vela no llegaba lejos. Se
reflejaba, roja y redonda, en la cuba que recogía el agua de lluvia, como si la
piel de la oscura ventana, asomara un fuego subterráneo. Esperaron, fatigados,
hasta que se consumió la vela y, cogidos de la mano, cruzaron la oscura
habitación hasta la tarima sobre la que, como en un cuento de reyes, se
levantaba una cama de hermosas pieles.
En la
negrura de la quieta habitación, ella se quitó el blanco vestido que cayó al
suelo como nieve. Juntaron las frentes, respirando cada uno el aliento del
otro. Se levantó un viento que sonó con fragor de catarata. Poco a poco, la
casa se transformó en una embarcación que, lentamente se hacía a la mar. Un
oscuro sortilegio los envolvió. La mano de uno parecía trocarse en el pie del
otro, el fuego de una mirada hacía ceniza al otro. Era como un viaje a lo más
hondo de la Tierra.”
- Unica Zürn, El trapecio del destino y otros cuentos
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