sábado, 21 de noviembre de 2015
¡Una historia, una historia!
¡Una historia, una historia!
(Que pase. Que llegue).
Me lanzaron como parachoques de un Plymouth
a este mundo.
Primero fue la cuna
con sus barrotes gélidos.
Luego las muñecas,
y la devoción por sus bocas de plástico.
Después la escuela,
las pequeñas y rectas hileras de pupitres,
emborronando mi nombre sin cesar,
pero siempre debajo del agua,
una extraña de codos indolentes.
Luego vino la vida
con sus crueles casas
y personas que rara vez se tocaban
—cuando el tacto lo es todo—
pero crecí,
como un cerdo con gabardina crecí,
y hubo después muchas apariciones extrañas,
la lluvia pertinaz, el sol transformándose en veneno
y todo eso, sierras abriéndose paso hasta mi corazón,
pero crecí, seguí creciendo,
y Dios era como una isla hacia la cual no había remado,
todavía ignorante de Él, mis brazos y mis piernas trabajaron,
y crecí, seguí creciendo,
me puse rubíes y compré tomates
y ahora, en plena madurez,
aunque pudiera decirse que tengo diecinueve,
remo, sigo remando,
aunque los remos están atascados y oxidados
y el mar parpadea y se mueve
como un ojo inquieto,
pero remo, sigo remando,
aunque el viento me retiene
y sé que esa isla no será perfecta,
que tendrá las deficiencias de la vida,
los disparates de la mesa del comedor,
pero habrá una puerta
y la abriré
y me libraré de la rata que llevo dentro,
la rata pestilente que me corroe.
Dios la tomará en sus manos
y la abrazará.
Como dice el Africano:
Así es el cuento que os he contado,
sea bueno, sea malo,
llevadlo a otro lugar y que retorne algo.
Este cuento termina y yo sigo remando.
- Anne Sexton, Rowing
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