"En algún sentido, mi infancia consistió en una especie de proceso en el que yo me iba consumiendo, un paseo sin destino, un paseo en sueños por bosques y después, ilegalmente, por los caños de cemento para desagüe, o yo lo hacía arrastrándome, o sola y cómoda en la casa (¡todo el mundo lejos por una hora¡) masticando la sal en pedacitos de papel, o escondida en la tarde bajo las colchas para formar ahí, de alguna manera, un lugar nuevo, un espacio nuevo que no había existido jamás en la cama, como un ensayo para el amor. (...)
Mi infancia no tuvo narración; fue solo una combinación de aire y falta de aire; yo esperara que la vida empezara, que mi cuerpo se hiciera grande, que la mente dejara de tener miedo. No había historias, ni ideas, no realmente, todavía no. Sólo cosas desenterradas de alguna parte y luego levantadas para que ayudaran a la mente a dar vueltas por ahí. En esa época, sin embargo, mi infancia era líquida, como una canción: no mucho. Sólo un espacio con alguna gente adentro…”
- Lorrie Moore, Hospital de ranas
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