Julian Alden Weir, Little Lizzie Lynch, 1910
Quiero pensar que no eras la cría repudiada,
hija de gato errante y de gata cautiva
-la pareja precaria, victoriosa en la ley de un solo acoplamiento
y sumisa al decreto de algún Malthus tardío que impera en el desván-.
Puedo creer que no eras trofeo ni residuo
arrojado al azar desde lo alto de la roca,
ni yo la tejedora que detiene con redes milagrosas el vuelo o la caída.
Algo más que piedad, que providencia y desatino
erigió nuestra carpa invulnerable entre las carcomidas fundaciones.
Algo que empezamos a saber entre un plato de leche
y huesos, sólo huesos de desapariciones, tan duros de roer.
Olga Orozco, De Cantos a Berenice, III, 1977
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