viernes, 2 de marzo de 2018




Jean Cocteau
(Maisons-Laffitte, 5 de julio de 1889 – Milly-la-Forêt, 11 de octubre de 1963)

No sé ni leer ni escribir. Y cuando me lo pregunta la hoja del censo, me dan ganas de contestar que no.

¿Quién sabe escribir? Es luchar con la tinta para intentar que nos oigan y nos entiendan.

O cuidamos demasiado la tarea o no la cuidamos lo suficiente. Pocas veces damos con el intermedio que cojee con gracia. Leer es harina de otro costal. Leo. Creo que leo. Cada vez que vuelvo a leer, caigo en la cuenta de que no había leído. Es lo malo de una carta. Encontramos lo que buscábamos. Y con ello nos contentamos. La guardamos. Si la volvemos a encontrar, leemos otra carta que no habíamos leído antes.

(…)

Todos estamos enfermos y sólo sabemos leer los libros que tratan de nuestra enfermedad. Por eso tienen tanto éxito los libros que hablan de amor. Pensamos: «Este libro se escribió para mí. ¿Qué pueden entender de él los demás?». «Qué hermoso es este libro», dice la persona a la que amamos y creemos que nos ama, a quien nos apresuramos a dárselo para que lo lea. Pero lo dice porque ama a otro.

Habría que preguntarse si el papel de los libros, que hablan todos para convencer, no sería escuchar y asentir. En Balzac, el lector encuentra el alimento que precisa: «Éste es mi tío, se dice, es mi tía, es mi abuelo, es la señora X…, es la ciudad en donde nací». En Dostoievski, ¿qué se dice?: «Éstas son mi fiebre y mi violencia, de las que nada sospechan quienes me rodean».

Y el lector cree leer. Toma el cristal sin azogue por espejo fiel. Reconoce la escena que transcurre del otro lado. ¡Cuánto se parece a lo que él piensa! ¡Qué bien refleja esa imagen! Cómo colaboran los dos juntos. Qué bien reflexionan.

- Jean Cocteau,  La dificultad de ser

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