jueves, 19 de abril de 2018


"Pronto, Tia era mi amiga y la conocí casi todas las mañanas en el recodo del camino hacia el río. A veces dejamos la piscina al mediodía, a veces nos quedamos hasta la tarde. Entonces Tia encendía un fuego (los fuegos siempre estaban encendidos para ella, las piedras afiladas no lastimaban sus pies descalzos, nunca la vi llorar). Hervimos plátanos verdes en una olla de hierro vieja y los comimos con los dedos de una calabaza y después de que hubimos comido ella se durmió de inmediato. No podía dormir, pero no estaba del todo despierta mientras yacía a la sombra mirando el estanque, de un verde profundo y oscuro bajo los árboles, verde pardusco si llovía, pero de un verde brillante y resplandeciente bajo el sol. El agua estaba tan clara que podías ver los guijarros en el fondo de la parte poco profunda. Azul y blanco y rojo a rayas. Muy bonito. Tarde o temprano nos separamos en la curva del camino. Mi madre nunca me preguntó dónde había estado ni qué había hecho."

- Jean Rhys, El ancho mar de los Sargazos

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