Para Lenore
1. Las novelas de hombres hablan de hombres. Las novelas de mujeres hablan de hombres también, pero con una perspectiva distinta. Puede haber una novela de hombres sin que aparezca ninguna mujer en ella, excepto, quizás la casera o la yegua, pero no hay novelas de mujeres en que no aparezcan hombres. A veces los hombres incluyen mujeres en novelas de hombres, pero dejan fuera alguna parte: la cabeza, por ejemplo, o las manos. Las novelas de mujeres también dejan fuera algunas partes masculinas. A veces es la zona comprendida entre el ombligo y las rodillas, y otras es el sentido del humor. Es difícil tener sentido del humor ataviado con una capa, en medio de un páramo, con viento huracanado.
Las mujeres por lo general no escriben novelas de las que agradan a los hombres, pero es sabido que los hombres escriben novelas de las que agradan a las mujeres. Algunas personas encuentran esto peculiar.
2. A mí me gusta leer novelas en las que la heroína lleva un vestido de época que hace frufrú discretamente sobre sus senos, o senos discretos que hacen frufrú bajo el vestido; en todo caso tiene que haber un vestido de época, senos, frufrú, y sobre todo, discreción. Discreción por encima de todo, como una niebla, un miasma a través del cual los contornos de las cosas aparecen sólo vagamente. Un atisbo de rosa en la penumbra, el sonido de la respiración, satén que cae deslizándose al suelo, ¿revelando qué? No importa, digo. Nunca, importa.
3. Los hombres prefieren héroes duros y despiadados: duros con los hombres, despiadados con las mujeres. A veces el héroe se ablanda ante una mujer, pero esto es siempre un error. Las mujeres no están a favor de heroínas duras y despiadadas. Tienen que ser duras y blandas. Esto conlleva problemas lingüísticos. La última vez que miré, los monosílabos eran masculinos, aún dominantes, aunque hundiéndose rápidamente, atrapados en los brazos pulpoides de polisílabos labiales, que les susurraban con encanto aracnoide: cariño, cariño.
4. Las novelas de hombres hablan de cómo obtener el poder. Matar y esas cosas, o ganar y esas cosas. Las novelas de mujeres también, aunque el método es distinto. En las novelas de hombres, el acceso a la mujer o mujeres va incluido con la obtención del poder. Es una propina, no un medio. En las novelas de mujeres alcanzas el poder consiguiendo a un hombre. El hombre es el poder. Pero el sexo no basta, tiene que amarte. ¿A qué crees que viene tanta rodilla en tierra, hasta el miriñaque, sobre la alfombra persa? O al menos decirlo. Cuando falla todo lo demás, puede bastar la verbalización. Amor. Vale, ya puedes ponerte de pie. ¿Ves como no te has muerto? ¿O sí?
5. Ya no quiero leer nada triste. Nada violento, nada inquietante, nada incómodo. No quiero funerales al final, aunque no me importan por el medio. Si hay muertes, que haya resurrecciones, o por lo menos un Cielo, para que sepamos a qué atenernos. La depresión y la miseria son para los que tienen menos de veinticinco años, pueden con ello, hasta les gusta, les queda tiempo suficiente. Pero la vida real no es buena para la salud, la tocas con las manos mucho tiempo y te salen granos y se te debilita la mente. Te quedas ciega.
Yo quiero felicidad garantizada, alegría por todos lados, portadas con
fotos de enfermeras o novias, chicas inteligentes pero no demasiado, con
dientes perfectos y mucha energía y con ambos pechos del mismo tamaño y
sin exceso de vello facial, alguien de quien te puedas fiar para saber
dónde están las vendas y que convierta al héroe, ese libertino o asesino
en potencia, en un caballero rural bien vestido, de uñas limpias y
vocabulario apropiado. Siempre, tiene que decir, eternamente. Quiero que me acaricien entre los ojos, en un solo sentido.
6. Algunas personas creen que una novela de mujeres es cualquier cosa donde no se hable de política. Algunos creen que es cualquier cosa que hable de relaciones. Algunos creen que es cualquier cosa con muchas operaciones, quirúrgicas quiero decir. Algunos creen que es cualquier cosa que no te dé una perspectiva amplia y panorámica de nuestra fascinante época. Yo, bueno, yo sólo quiero algo que puedas dejar en la mesa del salón sin preocuparte mucho de si la leen los niños. ¿Crees que esto no es algo a tener en cuenta? Te equivocas.
7. Tenía los ojos sobresaltados de un pájaro del bosque. Éste es el tipo de frase que me vuelve loca. Me gustaría poder escribir frases así, sin que me diera vergüenza. Me gustaría leerlas sin que me diera vergüenza. Si pudiera hacer esas dos cosas, pienso, podría pasar el tiempo que me toca en esta tierra como una perla envuelta en terciopelo.
Tenía los ojos sobresaltados de un pájaro del bosque. Ah, pero ¿cuál? ¿Una lechuza común, quizás, un cuco? Es que es distinto. No hacen falta más literalistas de la imaginación. No saben leer un cuerpo como el de una gacela sin pensar en parásitos intestinales, zoos y olores.
Tenía una mirada indómita como la de un animal salvaje, leo. Apoyo el libro a mi pesar, con el pulgar marcando aún el palpitante momento. Él está a punto de estrujarla entre sus brazos, apretando su boca caliente, devoradora, dura, exigente, contra la de ella, mientras a ella se le escapan los senos por el escote, pero no puedo concentrarme. La metáfora me arrastra sin remedio a un laberinto, y de repente todo el Edén se despliega ante mis ojos. Puercoespines, comadrejas, jabalíes, mofetas, con sus miradas indómitas maliciosas o tiernas o impasibles o porcinas y esquivas. Agonía, ver el escalofrío romántico estremecerse fuera de nuestro alcance, una mariposa de alas oscuras atrapada a un melocotón demasiado maduro, y no poder tragar, o revolcame en ella. ¿Cuál? murmuro al aire que no responde. ¿Cuál?
Margaret Atwood, Asesinato en la oscuridad
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