Ábrenos pues la puerta y veremos los huertos,
beberemos su agua fresca donde la luna ha dejado su huella.
Arde el largo camino hostil a los extranjeros,
erramos sin saberlo y no hallamos lugar en ninguna parte.
Queremos ver las flores. Aquí la sed nos domina.
Vednos ante la puerta, esperando y sufriendo
la derribaremos a golpes si es preciso.
Presionamos y empujamos, pero el obstáculo es muy sólido.
Hay que quedarse extenuado, esperar y mirar en vano.
Miramos la puerta; está cerrada, inexpugnable.
Fijamos nuestros ojos en ella; lloramos por el tormento;
la vemos siempre; el peso del tiempo nos agobia.
La puerta está ante nosotros; ¿de qué sirve desear?
Más vale irse y abandonar la esperanza.
Nunca podremos entrar. Estamos cansados de verla...
La puerta, al abrirse, dejó pasar tanto silencio
que no aparecieron los huertos ni flor alguna,
sólo el espacio inmenso donde reina el vacío y la luz
surgió de pronto por todas partes, colmó el corazón
y lavó los ojos casi ciegos por el polvo.
- Simone Weil, La puerta
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