"Nací
al lado de la piedra junto a la montaña, en una madrugada de primavera,
cuando la tierra, después de su largo sueño, se corona nuevamente de
flores. Las primeras prendas que al nacer me pusieron las hizo mi madre
cantando baladas antiguas, mientras el pan casero expandía en la antigua
casa su familiar perfume y mis hermanos jugaban alegremente. Me
llamaron Alfonsina, nombre árabe que quiere decir ‘dispuesta a todo’.
Estoy
en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y
fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un
libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que
causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo
el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta.
A
los seis años robo con premeditación y alevosía el texto de lectura en
que aprendí a leer. Mi madre está muy enferma en cama; mi padre, perdido
en sus vapores. Pido un peso nacional para comprar el libro. Nadie me
hace caso. Reprimendas de la maestra. Mis compañeras van a la carrera en
su aprendizaje. Me decido. A una cuadra de la escuela normal a la que
concurro, hay una librería; entro y pido: El nene. El dependiente me lo
entrega; entonces solicito otro libro, cuyo nombre invento. Sorpresa. Le
indico al vendedor que lo he visto en la trastienda. Entra a buscarlo y
le grito: “Allí le dejo el peso”, y salgo volando hacia la escuela. A
la media hora las sombras negras, en el corredor, de la directora y de
aquél, encogen mi corazoncillo. Niego, lloro, digo que dejé el peso en
el mostrador; recalco que había otros niños en el negocio. En mi casa
nadie atiende reclamos y me quedo con lo pirateado.
A
los ocho, nueve y diez años miento desaforadamente: crímenes,
incendios, robos, que no aparecen jamás en las noticias policiales. Soy
una bomba cargada de noticias espeluznantes; vivo corrida por mis
propios embustes, alquitranada en ellos; meto a mi familia en líos...
Trabo y destrabo; el aire se hace irrespirable; la propia exuberancia de
mis mentiras me salva. En la raya de los catorce años abandono.
A
los doce años escribo mi primer verso. Es de noche; mis familiares
ausentes. Hablo en él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo
cuidadosamente y lo dejo debajo del velador, para que mi madre lo lea
antes de acostarse. El resultado es esencialmente doloroso; a la mañana
siguiente, tras una contestación mía levantisca, unos coscorrones
frenéticos pretenden enseñarme que la vida es dulce. Desde entonces los
bolsillos de mis delantales, los corpiños de mis enaguas, están llenos
de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan"
- Alfonsina Storni, "Diario de una niña inútil"
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