jueves, 11 de febrero de 2016




CANCIONES DE UNA ISLA

I

Frutos de sombra caen de las paredes,
luz de luna ilumina la casa, y el viento 
del mar trae ceniza de volcanes enfriados.

En los abrazos de muchachos hermosos
duermen las costas,
tu carne recuerda la mía,
ya me estaba destinada,
cuando los barcos
se desprendieron de la tierra, y las cruces
con nuestra carga mortale
montaron guardia en los mástiles.

Ahora los patíbulos están vacíos,
nos buscan y no nos encuentran.

II

Cuando tú resucites,
cuando yo resucite,
no habrá ninguna piedra ante el portal,
ni flotará barca alguna en el mar.

Mañana rodarán los barriles
contra las olas dominicales,
llegaremos con los pies ungidos
a la playa, limpiaremos
las uvas y pisaremos
las cosechas hasta hacerlas vino,
mañana en la playa.

Cuando tú resucites,
cuando yo resucite,
el verdugo estará colgado en la puerta,
el martillo se habrá hundido en el mar.

III

¡Alguna vez tenía que llegar la fiesta!
San Antonio, tú que tanto sufriste,
san Leonardo, tú que tanto sufriste,
san Vito, tú que tanto sufriste.

¡Abran paso a nuestras súplicas, abran paso a los devotos,
paso a la música y a la alegría!
Hemos aprendido la sencillez,
cantamos en el coro de las cigarras,
cantamos y bebemos,
los gatos flacos
rondan nuestra mesa,
hasta que la misa vespertina comienza,
yo te llevo de la mano
con los ojos,
y un corazón tranquilo y valiente
te ofrece sus deseos.

¡Miel y nueces para los niños,
redes llenas para los pescadores,
fertilidad para los jardines,
luna para el volcán, luna para el volcán!

Nuestros rayos atraviesan las fronteras,
durante la noche unos cohetes
trazaron una rueda, en negras balsas
se aleja la procesión y abre
el tiempo al mundo primitivo,
a los sinuosos lagartos,
a las voraces plantas,
a los peces febriles,
a las orgías del viento y del placer
de la montaña, donde una piadosa
estrella se ha perdido, le golpea sobre su pecho
y se desvanece.

¡Manteneos ahora constantes, necios santos,
decid a la tierra firme que los cráteres no descansan!
San Roque, tú que tanto sufriste,
oh, tú que tanto sufriste, san Francisco.

IV

Cuando alguien se marcha, ha de tirar al mar
el sombrero con las conchas que ha reunido
a lo largo del verano,
y viajar con el cabello al viento,
ha de arrojar al mar
la mesa que dispuso para su amor,
ha de verter en el mar
el resto del vino que le quedaba en su copa,
ha de dar a los peces su pan
y mezclar una gota de sangre en el mar,
ha de sumergir bien su cuchillo en las olas
y hundir su zapato,
corazón, ancla y cruz,
¡y viajar con el cabello al viento!
Entonces regresará.
¿Cuándo? – No preguntes.

V

Hay fuego bajo la tierra,
y el fuego es puro.

Hay fuego bajo la tierra
y piedras líquidas.

Hay una corriente bajo la tierra,
que abrasa los huesos.

Se acerca un gran fuego,
se acerca una corriente sobre la tierra.

Nosotros seremos testigos.

- Ingeborg Bachmann, Canciones de una isla, Invocación a la Osa Mayor

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