Duane Michals, Ciertas palabras hay que decirlas, 1976
Las cosas se habían vuelto imposible entre ellas, y nada podía ser salvado. Ciertas palabras hay que decirlas. Y aunque cada una había dicho esas palabras en silencio a sí misma un centenar de veces, ninguna tenía el coraje de decirlas en voz alta la una a la otra. Así que empezaron a esperar que alguien más pudiera decir las palabras necesarias por ellas. Tal vez una carta podría llegar o entregarse un telegrama que diría lo que ellas no podían. Ahora pasan sus días esperando. ¿Qué otra cosa podían hacer?
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