jueves, 5 de marzo de 2015



"Me encontré con Kafka por primera vez a orillas del Báltico, durante el verano de 1923. Yo por entonces era muy joven, tenía diecinueve años y trabajaba como voluntaria en un campamento de vacaciones del Hogar del Pueblo Judío de Berlín en Müritz, cerca de Stettin. En una ocasión vi en la playa a una familia jugando, los padres y dos niños. el hombre me llamó especialmente la atención. No podía librarme de la impresión que me causó. Incluso seguí a aquellas gentes hasta la ciudad, y después me los volví a encontrar. Un día anunciaron en el centro que el doctor Franz Kafka iba a venir a cenar. Yo en aquel momento tenía mucho que hacer en la cocina. Cuando levanté la vista de mi trabajo -la habitación se había oscurecido, alguien estaba allí fuera delante de la ventana- reconocí al caballero de la playa. Entonces entró. No sabía que se trataba de Kafka y que la mujer con quien le había visto en la playa era su hermana. Con voz suave dijo: «¡Unas manos tan delicadas y tiene usted que hacer un trabajo tan cruento!» (Kafka por entonces era vegetariano). Al anochecer nos sentamos todos en bancos ante las largas mesas. Un niño pequeño se levantó y, al salir, estaba tan confundido que se cayó. Kafka, con los ojos brillando de admiración, le dijo: «¡Con qué habilidad te has caído y con qué habilidad has vuelto a ponerte en pie!». Cuando más tarde volví a pensar en aquellas palabras, me pareció que trataban de decir que todo se podía salvar. Todo, menos Kafka. Kafka era insalvable." 

- Mi vida con Franz Kafka. Recuerdos de Dora Diamant

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