"Se marcharon, los dioses, el día de la extraña marea. Las aguas
de la bahía, toda la mañana bajo un cielo lechoso, habían crecido y crecido,
alcanzando alturas inusitadas, las pequeñas olas inundaban una arena reseca que
durante años no había conocido otra humedad que la lluvia y lamían las
mismísimas bases de las dunas. El casco oxidado del carguero que permanecía
encallado en la otra punta de la bahía desde tiempo inmemorial debió de pensar
que iban a volver a botarlo. Después de ese día yo no volvería a nadar. Las
aves marinas gimoteaban y se lanzaban en picado, nerviosas, al parecer, ante el
espectáculo de ese enorme cuenco de agua inflándose como una ampolla, de un
azul plomizo y un brillo maligno. Tenían, aquel día, una blancura antinatural, los
pájaros. Las olas depositaban una orla de sucia espuma amarilla en el límite de
las aguas. Ningún barco estropeaba la línea del alto horizonte. No nadaría, no.
Nunca más. Alguien acababa de caminar sobre mi tumba. Alguien."
- El mar,
John Banville
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