"El
problema es que yo siempre había sido inadecuada, simplemente no había pensado
en ello. En
lo único que destacaba era en ganar becas y premios, y esa época se acercaba a
su fin. Me sentí como un caballo de carreras en un mundo sin pistas o como un
campeón universitario de fútbol, súbitamente enfrentado con Wall Street y un
traje de ejecutivo, sus días de gloria reducidos a una pequeña copa de oro
sobre la repisa de su chimenea, con una fecha grabada en ella como la fecha de
una lápida. Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera verde
del cuento.
De
la punta de cada rama, como un grueso higo morado, pendía un maravilloso
futuro, señalado y rutilante. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y
otro higo era un famoso poeta, y otro higo era un brillante profesor, y otro
higo era E Ge, la extraordinaria editora, y otro higo era Europa y Africa y
Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros
amantes con nombres raros y profesiones poco usuales, y otro higo era una
campeona de equipo olímpico de atletismo, y más allá y por encima de aquellos
higos había muchos más higos que no podía identificar claramente.
Me
vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de
hambre solo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y
cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo
estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a
tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies."
“Y
yo sabía que a pesar de todas las rosas y besos y cenas en restaurantes que un
hombre hacía llover sobre una mujer antes de casarse con ella, lo que
secretamente deseaba para cuando la ceremonia de boda terminase era aplastarla
bajo sus pies como la alfombra de la señora Willard.
Así que empecé a pensar
que tal vez fuera cierto que casarse y tener niños equivalía a someterse a un
lavado de cerebro, y después una iba por ahí idiotizada como una esclava en un
estado totalitario privado.”
Sylvia Plath, La campana de cristal, 1963
Sylvia Plath, La campana de cristal, 1963
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